En estos días revueltos, difíciles para el mundo, he estado acordándome de algo que marcó mi vida para siempre: el vaso azul.
Recuerdo que cuando era muy chiquita, mi mamá guardaba muchas cosas en el bife del comedor (así le decía ella al mueble que acompañaba la mesa). Ahí estaba la vajilla que no se usaba, los manteles, papeles de no sé qué, bolígrafos (sin tinta), una que otra vela y algunas cajitas de fósforos, y también vivían atrapados unos vasos azules preciosos, alargados, con unos rombos de un tono de azul más clarito y algunos toques dorados. A mí me fascinaban porque me recordaban los que veía en los cuentos de princesas, donde aparecían esas mesas enormes repletas de comida y de vasos como esos.
Me parecían hermosos y no entendía porqué no los usábamos si estaban ahí, ¡ahí!
Cientos de veces le recriminé por eso y ella siempre me respondía lo mismo: - Son para alguna visita -
Y yo siempre me quedaba pensando, ¿cuál visita?, si a esta casa nunca viene nadie, solo mis tías y son de confianza, o sea que tampoco les va a tocar tomar en esa belleza de vasos.
Finalmente, después de mucho insistirle, cedió y me dejó, no sin antes un:
- Cuidadito con romperlo porque quedaría incompleto el juego -
- Sí mami, ya sé, “por si viene la visita”-.
Esta historia es de cuando yo tenía, más o menos, 6 años. Cuando logré que me dejara usarlo tendría unos 13. Ahí aproveché y la convencí de que también me dejara usar una copa divina para tomar el agua... sí, el agua, como en las películas.
Pasó el tiempo. Nos cambiamos de casa una y cien veces. Crecí. Me fui a vivir sola, pero cada vez que iba a su casa me servía el juguito de maracuyá en el vaso azul.
Se fue a vivir a Medellín y yo me quedé en Bogotá. En la mudada, cuidó como oro su vajilla de las visitas, también las copas y por supuesto, los vasos azules, y al llegar a Medellín los guardó otra vez en el bifé del comedor. Ahí se quedaron otros cuantos años porque “la ocasión”, “la visita”, nunca llegó.
Un día se enfermó y todo cambió radicalmente. Tuvimos que sacarla de su espacio, de su mundo, donde tenía las cosas que llevaba atesorando toda su vida, cosas que quedaron huérfanas, sin devoción alguna por parte de nadie. Sus muebles (que tapizamos un par de veces), su bife, el neceser de su adolescencia, el televisor, las mesitas que pintó a mano, la ropa de cama, las porcelanas lindas, los individuales bordados a mano, los cuadros hechos por mi abuelo con madera reciclada que le heredó, en fin, quienes quedaron a cargo las vendieron o las botaron o simplemente se rompieron, no les importó ni un poquito, para ellos eran solo eso: cosas.
Yo fui y pregunté por todas esos tesoros mudos (principalmente por los vasos azules), al fin y al cabo yo había visto de cerca cuánto ella había querido y cuidado todo eso, pero nadie supo darme respuesta. Y entonces me cambió inmensamente la perspectiva del valor que se le da a las cosas materiales, después de todo uno se muere y nada de eso cabe en el más allá, con seguridad le quedará a alguno de los que sigue viviendo en el más acá, que puede valorar esas cosas de la misma manera que uno lo hizo o por el contrario, lo malgastará o lo destruirá, y no digo que los que son felices con tener muchas cosas estén mal, lo malo es tenerlas y no disfrutarlas.
En mi caso particular, desde entonces viajo liviana, no acumulo, no tengo apegos en ese sentido, uso lo justo, la ropa que realmente me pongo, la vajilla que me encanta para comer mi comida (si viene alguien, bienvenido, pero igual yo la uso a diario), no necesito un montón de muebles para sentarme, ni de adornos, ni de nada. Prefiero gastarme la plata, el tiempo y el espacio en lo que me pueda comer, untar, disfrutar, compartir, viajar, en lo que mi memoria pueda retener y en lo que realmente pueda vivir.
Y tú, ¿cuántos vasos azules tienes en tu vida?
P.D: Agradezco la colaboración artística de Samuel Alfonso a la hora de pintar el vaso azul. (Soy malísima con eso).
Clau: Llore de la emoción a tan excelente escrito. Y como siempre he dicho uno en la vida debe ir caminando ligero de ropa, y disfrutar lo que se presente.
ResponderEliminarClau: Llore de la emoción a tan excelente escrito. Y como siempre he dicho uno en la vida debe ir caminando ligero de ropa, y disfrutar lo que se presente.
ResponderEliminar