El primer post que puse en mi Instagram empezando el año fue esta frase: “un día a la vez”, repetida varias veces, con la idea de tener un recordatorio diario, y lo hice totalmente convencida de que así debe ser la vida. Lo hice desde la alegría que siente un aprendiz cuando ha encontrado “la" respuesta. Lo hice con la certeza absoluta de quien ya ¡por fin ha entendido todo!, como si hubiera encontrado el camino de regreso desde El País de las Maravillas de Alicia, el de ida hacia la Ciudad Esmeralda del Mago de Oz o el mismísimo Santo Grial, pero la cosa no era tan sencilla, y entonces la gracia divina me mandó una revelación más contundente. Resulta que la cosa ni siquiera es “un día a la vez”, sino “un momento a la vez”.
Una caída muy tonta hizo que mi tobillo derecho se torciera provocándome un esguince. Mucho dolor, hinchazón, de ahí a consulta urgente y salí con un yeso temporal y muletas. Nada grave, nada tan difícil ni tan traumático, pero sí maravillosamente revelador.
Vivimos dando por sentado todo, sumergidos en las aguas de la obviedad y de unas rutinas que funcionan perfectamente en piloto automático. Por andar en mil cosas a la vez, haciendo una cosa y pensando en tres o cuatro, o veinte, al mismo tiempo, nos perdemos el verdadero milagro que es el momento presente.
La posibilidad de moverte por donde sea, caminando con tus dos piernas, subir y bajar escaleras, tener movimiento en todas las articulaciones, peinarte con las dos manos (sin miedo a caerte porque tienes el apoyo de los dos pies), lavarte los dientes, pasar horas parados si queremos, tender la cama mientras vemos una serie o hacemos una llamada telefónica, llegar corriendo (literal) a hacer pipí, cocinar tu propio alimento, decidir qué quieres comer en la mañana.. ¿Huevos? ¿Cuántos? ¿Cómo? Vas a la nevera por ellos sin preocuparte de que se te caigan, de ahí a la estufa y de la estufa a la mesa como pez en el agua sin depender de nada ni de nadie… La facilidad de agacharte a recoger la ropa que vas a echar en la lavadora, bañarte sintiendo el agua corriendo por cada parte de tu cuerpo, cargar a tus hijos, subirte con ellos en el columpio del parque, manejar tu propio carro mientras vas oyendo la música que te gusta, amarrarte los zapatos, dar vueltas en la cama hasta que encuentras la posición más placentera y cómoda, es decir, ¡TODO!… y cada segundo de ese todo, es “el momento”, o sea, el verdadero regalo de vida.
Y estoy segura de que si viviéramos cada segundo de vida con la presencia plena y el agradecimiento de quién recibe un regalo único, seríamos muy distintos y el mundo en el que vivimos también.
Sé que se dice fácil, que cuesta un montón hacerlo y que como simples mortales que somos, pensamos que es imposible, pero podríamos empezar por tratar de estar conscientemente presentes un porcentaje del total de momentos de cada día y así poco a poco vamos trabajando en eso.
Y para terminar esta historia, cierra tus ojos, toma aire profundamente sintiendo cómo entra el aire a tus pulmones y lo sueltas.
¿Cuánto tiempo fue? ¿Tres, cuatro segundos?, o sea, un momento de los cientos de momentos que te serán regalados hoy.
¡A vivirlos pues!
Super escrito. Te quiero mi Clau
ResponderEliminar¡Gracias! Yo también te quiero.
EliminarWowwww 🙌🏻. Demasiado cierto
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