Sé esa mamá/papá que cuida, que ama, que enseña, pero que entiende que el tiempo se pasa volando y que la infancia dura un suspiro. Mañana tu niño ya no será niño, será rápidamente un adolescente, y en menos de nada, un adulto.
Ya no lo podrás “malcriar”, no lo podrás cargar ni aprovechar el calorcito de su cuerpo mientras duerme, tampoco se reirá a carcajadas contigo en un ataque de cosquillas o en una guerra de almohadas.
Sé ese papá/mamá con la habilidad de repartir tu tiempo consecuentemente con esta realidad y aprovecha cada que puedas para jugar, para correr, para abrazar, para arruncharte con tu cachorro, porque en un abrir y cerrar de ojos ya no tendrá el mismo entusiasmo para pasar tiempo contigo.
¡Relájate y disfrútalo! No temas derretirte con él, no tienes que demostrarle nada a nadie, porque cuando veas que tu niño respeta su turno en la fila, que no agrede a los demás, que sigue las instrucciones de su maestra, que no le arrebata la pieza de un lego a otro, te darás cuenta de que entiende perfectamente los límites y que lo estás haciendo bien… Sí, ¡Tú!… ¡Lo estás haciendo bien! En medio de besos, retos, juegos, impaciencia, lucha de poderes, falta de sueño y demás aprendizajes que trae la crianza.
Sé ese adulto capaz de asumir la responsabilidad del tipo de relación que tienes con tu niño, no dejes en sus manos esa tarea porque no le corresponde, tú eres el grande.
Tu niño toma como referencia del mundo la relación que tiene contigo, por eso debes hacérselo lo más seguro, confiable, amable y feliz.
El mundo afuera puede llegar a ser lo suficientemente hostil, competitivo y difícil como para que tu niño “aprenda cómo es la realidad”, por eso tú debes ser su refugio, para cuando se enfrente a ese mundo feroz, decididamente quiera regresar a ti.
Y seguramente tendrás que romper tus esquemas y reprogramarte, pero vale la pena de cualquier manera, ser ese lugar donde tus niños siempre quieran estar.
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