De la maravillosa experiencia de ser mamá, debo confesar que amamantar fue la menos agradable de todas. Y espero que no me crucifiquen antes de explicar a qué me refiero.
Entiendo que hay mujeres que no les agrada la idea de dar leche, por el olor, por el dolor, por lo que sea, es respetable, pero en mi caso siempre soñé con ese momento mágico en el que iba a tener a mi bebé pegadito a mí, cerquita, oyendo mi corazón latir para darle la tranquilidad de sentirse tan cómodo como antes de salir. De hecho, al entrar al hospital, me preguntaron si quería darle exclusivamente leche materna, y yo, con una sonrisa confiada, dije sí, obvio. Pero lo que parecía en mi cabeza un cuento de hadas resultó ser una pesadilla.
El día que nació Samuel ni siquiera había tenido indicios de que podía salirme leche (había leído o hablado con mis amigas, que estando cerca del parto salían las primeras gotas), pues a mí no, no me había salido ni media gota hasta entonces. Sin embargo, gracias a la sabiduría de la naturaleza, ya estando en la habitación, todavía medio somnolienta de la cesárea, con imágenes borrosas de todo lo que había acabado de pasar por efecto de la anestesia y de la emoción, cuando me entregaron a Samuel en brazos lo acerqué a mi pecho, se pegó como todo un experto y empezó a salirme ese líquido tan espectacular y preciado: ¡leche materna! Cerré mis ojos y agradecí al cielo por ese momento tan hermoso. No sentía dolor, el niño estaba tranquilo y yo feliz. Parecía tan fácil...
El segundo día todo cambió. A las 7:00 pm Samuel se prendió de mí y a las 11:00 pm, cuatro horas después, no quería que lo soltara ni un minuto. Los gritos y el llanto eran abrumadores. Yo estaba cansada, agotada y tratando de hacer mi mayor esfuerzo por entender qué pasaba. Mi esposo también. Fue cuando me di cuenta de que ese día no me salía leche de la misma manera que la noche anterior. Entró una enfermera en ese momento con un "chupo", "tete", "chupete" o como lo llamen en sus países, y yo, que haba sido radical en mi pensamiento respecto al satanizado pedacito de plástico (tan radical como con el "voy a darle exclusivamente leche materna") grité junto a mi esposo un ¡sí, por favor!. Samuel se durmió profundamente, descansó por un par de horas y nosotros también, gracias a ese maravilloso invento. ¡Bendito sea!
Al despertar, pasó exactamente lo mismo. Lo acerqué a mi pecho y lloraba inconsolablemente. Vino entonces una enfermera experta en lactancia a darme instrucciones de cómo debía hacerlo y a convencerme de no darle leche de fórmula, de no renunciar a mi don, a mi posibilidad de darle la leche que salía de mí, llena de nutrientes que realmente eran necesarios y vitales para él. No tuvo que convencerme de nada, yo estaba segura de que esa era la mejor opción para mi bebé.
Hice todo lo que me dijo esa noche y todas las noches siguientes, también al llegar a casa, ¡pero la leche no salía!
Pasé horas en internet leyendo acerca de cómo producir adecuadamente leche, porque según todos los artículos, de todos los expertos, de todos los médicos, de todas las ligas de lactancia y demás, todas las mujeres tenemos la posibilidad de producir leche al nivel de una vaca lechera.
Probé todo lo que me dijeron: tomar mucha agua para estar lo suficientemente hidratada, hice las famosas galletas a base de levadura y linaza, comer más para tener las calorías suficientes, comer maní, ponerme el extractor eléctrico cada dos horas, me puse paños de agua caliente antes de lactar para activar los canales conductores, me hice masajes, en fin, juro por mi mamá que hice todo lo que tenía que hacer, ¡pero la leche no salía!, mientras Samuel quería comer y comer, obviamente.
A eso hay que sumarle, no solo el agotamiento de los primeros días, la inexperiencia, la sensibilidad postparto y demás, sino también el opinómetro de todas las que ya fueron mamás, o no lo son pero "han oído o leído" lo que es bueno o lo que se debe o no hacer. A donde quiera que vas siempre hay alguien que te pregunta "¿y le estás dando pecho?", a lo que intimidada respondía para justificarme "no del todo, me sale muy poco, él se muere de hambre, así que le complemento con fórmula", porque olvidé mencionar, que en todos esos estudios te hablan de la lactancia complementaria, que es una especie de "permiso social" para darle algo de fórmula y no matar de hambre al niño que llora a los gritos cuando a uno no le sale suficiente,.
Los juicios abundan, "te sale poco porque no estás comiendo como debes", "no te lo estás poniendo cada dos horas", "estás deshidratada", "debes hablar con una experta en lactancia", es decir, TÚ ERES CULPABLE, tienes la culpa de no producir la leche suficiente para que tu hijo sea alimentado como corresponde, como debe ser.
Me sentía frustrada, una mala madre por no poder alimentar a mi hijo por mis propios medios. Tenía sentimiento de culpa y mis pezones agrietados hasta sangrar, ¡vaya combinación!
¿Qué de positivo puede tener para la conexión con el bebé y para crear un vínculo armonioso con él, una mamá que se siente miserable e infeliz? Ahora bien, si quieres hacerlo, te sale, te sientes cómoda, ¡pues adelante!
Descubrí que había otro grupo de mujeres como yo, que me decían "a mí no me salió leche", "yo no pude alimentar a mi hija", "mi hijo tomó leche de fórmula desde el primer día y no le da ni una gripa". De diez mujeres a las que les pregunté, siete me dijeron que no habían podido amamantar a sus hijos, entre ellas mi abuela (tan necesaria siempre, tan precisa siempre).
Eso significa que hay una tendencia a hablar de más porque sí y no nos damos cuenta de que podemos estar haciendo daño con cualquier comentario, por inofensivo que parezca, y como prefiero ser el tipo de persona que le busca el lado amable a las cosas, hoy puedo decir que me alegra que mi niño reciba leche de fórmula, que me tranquiliza saber cuánto exactamente está comiendo en cada toma, que eso lo convierte inmediatamente en un niño independiente de mi teta, o sea, no morirá de hambre porque cualquiera le puede dar leche para sobrevivir, que eso no me hace más o menos mamá, porque entonces a quienes adoptan no se les podría llamar mamá.
Recuerden mamás nuevas, olvídense del mundo, tanto consejo y tanta opinadera pueden ser detestables. La naturaleza no se equivoca, el manual lo traemos puesto. Nada ni nadie podrá enseñarnos algo que solamente nos da el instinto maternal, así que síganlo confiadas y felices, solo así tendrán bebés confiados y felices también.
Entiendo que hay mujeres que no les agrada la idea de dar leche, por el olor, por el dolor, por lo que sea, es respetable, pero en mi caso siempre soñé con ese momento mágico en el que iba a tener a mi bebé pegadito a mí, cerquita, oyendo mi corazón latir para darle la tranquilidad de sentirse tan cómodo como antes de salir. De hecho, al entrar al hospital, me preguntaron si quería darle exclusivamente leche materna, y yo, con una sonrisa confiada, dije sí, obvio. Pero lo que parecía en mi cabeza un cuento de hadas resultó ser una pesadilla.
El día que nació Samuel ni siquiera había tenido indicios de que podía salirme leche (había leído o hablado con mis amigas, que estando cerca del parto salían las primeras gotas), pues a mí no, no me había salido ni media gota hasta entonces. Sin embargo, gracias a la sabiduría de la naturaleza, ya estando en la habitación, todavía medio somnolienta de la cesárea, con imágenes borrosas de todo lo que había acabado de pasar por efecto de la anestesia y de la emoción, cuando me entregaron a Samuel en brazos lo acerqué a mi pecho, se pegó como todo un experto y empezó a salirme ese líquido tan espectacular y preciado: ¡leche materna! Cerré mis ojos y agradecí al cielo por ese momento tan hermoso. No sentía dolor, el niño estaba tranquilo y yo feliz. Parecía tan fácil...
El segundo día todo cambió. A las 7:00 pm Samuel se prendió de mí y a las 11:00 pm, cuatro horas después, no quería que lo soltara ni un minuto. Los gritos y el llanto eran abrumadores. Yo estaba cansada, agotada y tratando de hacer mi mayor esfuerzo por entender qué pasaba. Mi esposo también. Fue cuando me di cuenta de que ese día no me salía leche de la misma manera que la noche anterior. Entró una enfermera en ese momento con un "chupo", "tete", "chupete" o como lo llamen en sus países, y yo, que haba sido radical en mi pensamiento respecto al satanizado pedacito de plástico (tan radical como con el "voy a darle exclusivamente leche materna") grité junto a mi esposo un ¡sí, por favor!. Samuel se durmió profundamente, descansó por un par de horas y nosotros también, gracias a ese maravilloso invento. ¡Bendito sea!
Al despertar, pasó exactamente lo mismo. Lo acerqué a mi pecho y lloraba inconsolablemente. Vino entonces una enfermera experta en lactancia a darme instrucciones de cómo debía hacerlo y a convencerme de no darle leche de fórmula, de no renunciar a mi don, a mi posibilidad de darle la leche que salía de mí, llena de nutrientes que realmente eran necesarios y vitales para él. No tuvo que convencerme de nada, yo estaba segura de que esa era la mejor opción para mi bebé.
Hice todo lo que me dijo esa noche y todas las noches siguientes, también al llegar a casa, ¡pero la leche no salía!
Pasé horas en internet leyendo acerca de cómo producir adecuadamente leche, porque según todos los artículos, de todos los expertos, de todos los médicos, de todas las ligas de lactancia y demás, todas las mujeres tenemos la posibilidad de producir leche al nivel de una vaca lechera.
Probé todo lo que me dijeron: tomar mucha agua para estar lo suficientemente hidratada, hice las famosas galletas a base de levadura y linaza, comer más para tener las calorías suficientes, comer maní, ponerme el extractor eléctrico cada dos horas, me puse paños de agua caliente antes de lactar para activar los canales conductores, me hice masajes, en fin, juro por mi mamá que hice todo lo que tenía que hacer, ¡pero la leche no salía!, mientras Samuel quería comer y comer, obviamente.
A eso hay que sumarle, no solo el agotamiento de los primeros días, la inexperiencia, la sensibilidad postparto y demás, sino también el opinómetro de todas las que ya fueron mamás, o no lo son pero "han oído o leído" lo que es bueno o lo que se debe o no hacer. A donde quiera que vas siempre hay alguien que te pregunta "¿y le estás dando pecho?", a lo que intimidada respondía para justificarme "no del todo, me sale muy poco, él se muere de hambre, así que le complemento con fórmula", porque olvidé mencionar, que en todos esos estudios te hablan de la lactancia complementaria, que es una especie de "permiso social" para darle algo de fórmula y no matar de hambre al niño que llora a los gritos cuando a uno no le sale suficiente,.
Los juicios abundan, "te sale poco porque no estás comiendo como debes", "no te lo estás poniendo cada dos horas", "estás deshidratada", "debes hablar con una experta en lactancia", es decir, TÚ ERES CULPABLE, tienes la culpa de no producir la leche suficiente para que tu hijo sea alimentado como corresponde, como debe ser.
Me sentía frustrada, una mala madre por no poder alimentar a mi hijo por mis propios medios. Tenía sentimiento de culpa y mis pezones agrietados hasta sangrar, ¡vaya combinación!
¿Qué de positivo puede tener para la conexión con el bebé y para crear un vínculo armonioso con él, una mamá que se siente miserable e infeliz? Ahora bien, si quieres hacerlo, te sale, te sientes cómoda, ¡pues adelante!
Descubrí que había otro grupo de mujeres como yo, que me decían "a mí no me salió leche", "yo no pude alimentar a mi hija", "mi hijo tomó leche de fórmula desde el primer día y no le da ni una gripa". De diez mujeres a las que les pregunté, siete me dijeron que no habían podido amamantar a sus hijos, entre ellas mi abuela (tan necesaria siempre, tan precisa siempre).
Eso significa que hay una tendencia a hablar de más porque sí y no nos damos cuenta de que podemos estar haciendo daño con cualquier comentario, por inofensivo que parezca, y como prefiero ser el tipo de persona que le busca el lado amable a las cosas, hoy puedo decir que me alegra que mi niño reciba leche de fórmula, que me tranquiliza saber cuánto exactamente está comiendo en cada toma, que eso lo convierte inmediatamente en un niño independiente de mi teta, o sea, no morirá de hambre porque cualquiera le puede dar leche para sobrevivir, que eso no me hace más o menos mamá, porque entonces a quienes adoptan no se les podría llamar mamá.
Recuerden mamás nuevas, olvídense del mundo, tanto consejo y tanta opinadera pueden ser detestables. La naturaleza no se equivoca, el manual lo traemos puesto. Nada ni nadie podrá enseñarnos algo que solamente nos da el instinto maternal, así que síganlo confiadas y felices, solo así tendrán bebés confiados y felices también.
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