De por sí, ser mujer es un tarea bastante complicada y a pesar de los múltiples esfuerzos por hacernos la vida un poco más amable, todavía se nos enreda.
Las mujeres de mi generación crecimos después del impacto generado por la "revolución femenina"... tareíta complicada la que nos dejaron.
Por un lado, nuestras madres vivieron la ya mencionada revolución en toda su dimensión. Se guerrearon con uñas y dientes la posibilidad de ser iguales en términos generales, a los hombres: votar, trabajar, luchar por salarios más justos, tener independencia no solo económica sino también de pensamiento, decidir sobre su sexualidad y su maternidad, jugar papeles protagónicos en una sociedad puramente machista que, en su afán de mantener el control, había ejercido durante siglos las leyes y el poder a su mejor conveniencia, todo porque en el comienzo de la humanidad la naturaleza los dotó con más fuerza... física, únicamente física, y a punta de fuerza bruta lograron subyugar por años el llamado sexo débil.
Antes de continuar quiero aclarar que este escrito está lejos de enfrascarse en una posición puramente feminista, más bien es un punto de vista realista que me inquieta, alimentado por espejos de otras mujeres que he tenido cerca, por tías, abuelas, por largas conversaciones telefónicas con amigas, por cientos de cafés que nos hemos tomado juntas y por supuesto, por mi propia experiencia.
Mi madre, al igual que muchas mujeres de su edad, vivió los cambios directamente, en carne propia. Eso significa que crecí viendo a una mujer trabajar fuertemente para sacar a sus hijos adelante en medio de dificultades y obstáculos, sin las posibilidades de una carrera profesional pero rindiendo como si la tuviera y, seguramente, con la frustración que produce no haber recibido lo merecido porque aún estaba en desarrollo el nuevo papel de la mujer en la sociedad. Yo tengo todo ese empuje e iniciativa grabados en la memoria y en mi comportamiento casi como un tatuaje. A su vez, se aprovecharon de la situación muchos de los hombres que por años habían permanecido al lado de sus familias presionados por su propio género, muchos de ellos ejerciendo el control a punta de golpes y gritos y acomodando este nuevo papel de la mujer a su antojo para poder quitarse responsabilidades de encima e, incluso, para nunca más volver. Después de todo fuimos nosotras, la mujeres, quienes luchamos por esos derechos. No quiero generalizar, por supuesto. Estoy segura que la sensatez, sensibilidad e inteligencia de muchos hizo que entendieran el verdadero sentido de lo que estaba pasando. Sin embargo hoy, en pleno siglo XXI, las cosas siguen complicándose para nosotras cuando aún existen hombres que no terminan de entenderlo. Y es ahí cuando las relaciones de pareja se vuelven un mar de contradicciones.
¿Que por qué hay más divorcios ahora?... ¿que por qué la gente tiene más miedo que antes de comprometerse?... ¿será porque las dos partes saben a qué atenerse?
Es prácticamente imposible poner de acuerdo a los avances femeninos con el pequeño hombre de las cavernas que habita en los hombres de antes, es decir, los adultos mayores de 25 años que son quienes construyen relaciones y familias y que fueron criados con las enseñanzas de antes de mediados del siglo pasado por mamás, tías, abuelas e incluso esposas que se habían resignado buenamente a la época. Son los mismos que no lloran porque está mal visto, los que no recojen platos ni ayudan con las tareas domésticas y los mismos que, a su vez, han asumido el rol de cabeza de familia por años.
Ellos quieren mujeres independientes, pero al mismo tiempo quieren que dependan de ellos de una u otra forma. Quieren mujeres con iniciativa, pero al mismo tiempo quieren que no tengan mucha porque eso es sinónimo de muchas alas, cosa poco conveniente para mantener el control. A pesar de no creer en la institución del matrimonio, quieren seguir teniendo una mujer que puedan sentir de su propiedad, pero con las libertades (para ellos) y ventajas de una relación sin compromisos firmados. Quieren que los gastos sean por partes iguales, pero en caso de que sea ella la que gana más no lo soportan porque se sienten frustrados y, si ella gana menos... ¡de malas!
Nosotras, además de tener tatuado el cambio vivido por nuestras madres, tenemos una cantidad de información que se nos dió a nivel educativo, por ejemplo con charlas en los colegios acerca de la orientación vocacional, horas enteras dedicadas hacia la carrera que íbamos a seguir, donde discutíamos acerca de las aptitudes que teníamos para realmente seguir algo que nos hicera no solamente profesionales exitosas, sino también felices. Sin contar las peticiones de esas mismas madres, abuelas y tías que criaron a esos hombres, pidiéndonos no cometer sus mismos errores.
En la época de las abuelas era más fácil ser mujer. No mejor: más fácil!, en el sentido de que estaba claro para todos cuál era su rol: las educaban para ser buenas madres y sobretodo buenas amas de casa. Para nada lo critico, por el contrario, siento un profundo respeto y admiración por ellas porque considero que es una de las labores más duras y más mal remuneradas de la historia. Mi inquietud está dirigida hacia que ahora tenemos no solo que ser buenas amas de casa, sino también exitosas profesionales, excelentes madres, maravillosas amantes de nuestros maridos, hijas comprometidas y el poquito que nos queda, si es que queda, será para nosotras mismas. ¿Y ellos?... igual, pero un poquito más cómodos.
Es verdad que los cambios siempre traen consecuencias, en este caso, muchas muy positivas y otras siguen siendo injustas porque si a ellos no se les hubiera ocurrido que por el hecho de ser más fuertes nos tuvieron que someter pues no estaríamos luchando por conseguir una igualdad de derechos que, de haberse dado al principio de la humanidad, todo hubiera sido muy distinto.
A pesar de todo, el panorama es esperanzador. Si nos ponemos a pensar en el futuro, tendremos cada vez más reducido al pequeño hombre de las cavernas ya que, mujeres como yo y como ustedes, queridas mías (no sé por qué asumo que esto lo están leyendo sólo mujeres), trataremos de criar hijos más conscientes y respetuosos de la humanidad en general. Educaremos niños capaces de asumir la importancia de ser un buen compañero para su pareja y les haremos entender que los roles de género se pueden acomodar para el beneficio de las dos partes, para poder construír juntos y realmente complementarse.
Por un lado, nuestras madres vivieron la ya mencionada revolución en toda su dimensión. Se guerrearon con uñas y dientes la posibilidad de ser iguales en términos generales, a los hombres: votar, trabajar, luchar por salarios más justos, tener independencia no solo económica sino también de pensamiento, decidir sobre su sexualidad y su maternidad, jugar papeles protagónicos en una sociedad puramente machista que, en su afán de mantener el control, había ejercido durante siglos las leyes y el poder a su mejor conveniencia, todo porque en el comienzo de la humanidad la naturaleza los dotó con más fuerza... física, únicamente física, y a punta de fuerza bruta lograron subyugar por años el llamado sexo débil.
Antes de continuar quiero aclarar que este escrito está lejos de enfrascarse en una posición puramente feminista, más bien es un punto de vista realista que me inquieta, alimentado por espejos de otras mujeres que he tenido cerca, por tías, abuelas, por largas conversaciones telefónicas con amigas, por cientos de cafés que nos hemos tomado juntas y por supuesto, por mi propia experiencia.
Mi madre, al igual que muchas mujeres de su edad, vivió los cambios directamente, en carne propia. Eso significa que crecí viendo a una mujer trabajar fuertemente para sacar a sus hijos adelante en medio de dificultades y obstáculos, sin las posibilidades de una carrera profesional pero rindiendo como si la tuviera y, seguramente, con la frustración que produce no haber recibido lo merecido porque aún estaba en desarrollo el nuevo papel de la mujer en la sociedad. Yo tengo todo ese empuje e iniciativa grabados en la memoria y en mi comportamiento casi como un tatuaje. A su vez, se aprovecharon de la situación muchos de los hombres que por años habían permanecido al lado de sus familias presionados por su propio género, muchos de ellos ejerciendo el control a punta de golpes y gritos y acomodando este nuevo papel de la mujer a su antojo para poder quitarse responsabilidades de encima e, incluso, para nunca más volver. Después de todo fuimos nosotras, la mujeres, quienes luchamos por esos derechos. No quiero generalizar, por supuesto. Estoy segura que la sensatez, sensibilidad e inteligencia de muchos hizo que entendieran el verdadero sentido de lo que estaba pasando. Sin embargo hoy, en pleno siglo XXI, las cosas siguen complicándose para nosotras cuando aún existen hombres que no terminan de entenderlo. Y es ahí cuando las relaciones de pareja se vuelven un mar de contradicciones.
¿Que por qué hay más divorcios ahora?... ¿que por qué la gente tiene más miedo que antes de comprometerse?... ¿será porque las dos partes saben a qué atenerse?
Es prácticamente imposible poner de acuerdo a los avances femeninos con el pequeño hombre de las cavernas que habita en los hombres de antes, es decir, los adultos mayores de 25 años que son quienes construyen relaciones y familias y que fueron criados con las enseñanzas de antes de mediados del siglo pasado por mamás, tías, abuelas e incluso esposas que se habían resignado buenamente a la época. Son los mismos que no lloran porque está mal visto, los que no recojen platos ni ayudan con las tareas domésticas y los mismos que, a su vez, han asumido el rol de cabeza de familia por años.
Ellos quieren mujeres independientes, pero al mismo tiempo quieren que dependan de ellos de una u otra forma. Quieren mujeres con iniciativa, pero al mismo tiempo quieren que no tengan mucha porque eso es sinónimo de muchas alas, cosa poco conveniente para mantener el control. A pesar de no creer en la institución del matrimonio, quieren seguir teniendo una mujer que puedan sentir de su propiedad, pero con las libertades (para ellos) y ventajas de una relación sin compromisos firmados. Quieren que los gastos sean por partes iguales, pero en caso de que sea ella la que gana más no lo soportan porque se sienten frustrados y, si ella gana menos... ¡de malas!
Nosotras, además de tener tatuado el cambio vivido por nuestras madres, tenemos una cantidad de información que se nos dió a nivel educativo, por ejemplo con charlas en los colegios acerca de la orientación vocacional, horas enteras dedicadas hacia la carrera que íbamos a seguir, donde discutíamos acerca de las aptitudes que teníamos para realmente seguir algo que nos hicera no solamente profesionales exitosas, sino también felices. Sin contar las peticiones de esas mismas madres, abuelas y tías que criaron a esos hombres, pidiéndonos no cometer sus mismos errores.
En la época de las abuelas era más fácil ser mujer. No mejor: más fácil!, en el sentido de que estaba claro para todos cuál era su rol: las educaban para ser buenas madres y sobretodo buenas amas de casa. Para nada lo critico, por el contrario, siento un profundo respeto y admiración por ellas porque considero que es una de las labores más duras y más mal remuneradas de la historia. Mi inquietud está dirigida hacia que ahora tenemos no solo que ser buenas amas de casa, sino también exitosas profesionales, excelentes madres, maravillosas amantes de nuestros maridos, hijas comprometidas y el poquito que nos queda, si es que queda, será para nosotras mismas. ¿Y ellos?... igual, pero un poquito más cómodos.
Es verdad que los cambios siempre traen consecuencias, en este caso, muchas muy positivas y otras siguen siendo injustas porque si a ellos no se les hubiera ocurrido que por el hecho de ser más fuertes nos tuvieron que someter pues no estaríamos luchando por conseguir una igualdad de derechos que, de haberse dado al principio de la humanidad, todo hubiera sido muy distinto.
A pesar de todo, el panorama es esperanzador. Si nos ponemos a pensar en el futuro, tendremos cada vez más reducido al pequeño hombre de las cavernas ya que, mujeres como yo y como ustedes, queridas mías (no sé por qué asumo que esto lo están leyendo sólo mujeres), trataremos de criar hijos más conscientes y respetuosos de la humanidad en general. Educaremos niños capaces de asumir la importancia de ser un buen compañero para su pareja y les haremos entender que los roles de género se pueden acomodar para el beneficio de las dos partes, para poder construír juntos y realmente complementarse.
Espero q hagamos bien nuestra tarea, torque lo cierto es q con esta pelea, la mayoria del sexo fuerte aun demanda mas de nuestras obligaciones igualitarias q de nuestros derechos y hasta incluso algunos de ellos toman muy en serio la posición de q la mujer ejerza su liderazgo haciendose ellos mas dependiientes q proveedores, es decir q en este digo q te diré aun nos falta un bien camino por recorrer,
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