Érase una vez un hombre que vivía en su mundo de fantasía y de ilusión. Soñaba con ser el hombre más libre y menos obligado del universo y todos sus alrededores, poniendo siempre de antemano su condición.
Se levantaba todas las mañanas, y antes de salir a hacer maravillas con sus manos mágicas, se ponía su traje de caballero, con armadura y un escudo, que le protegía el corazón.
Y viajando en su caballo por distintos lugares, conocía las doncellas que, de una u otra forma, alegraban sus días de libertad, y eran tantas que las anotaba en un cuaderno que siempre tenía a la mano para no olvidar detalles, así si las volvía a encontrar, o simplemente las quería recordar, sabría con certeza ese momento especial.
Pero este caballero se preocupaba tanto por ese miedo a sentir y a perder su libertad, que no se daba cuenta que con sus encantos y lo hermoso de su esencia, aquellas pobres doncellas se enamoraban aún en contra de su voluntad.
Fue así como en medio de su despiste natural, para no olvidar a ninguna, decidió hacer una lista y clasificarlas de acuerdo a los lugares fantásticos a donde iba, si eran rubias o morenas, por país, por edades, en fin, cuando se dio cuenta, el cuaderno estaba prácticamente lleno; pero a pesar de tan variada lista, que más bien parecía un jardín primaveral, sentía que siempre le faltaba algo más, por eso nunca paraba de ensayar.
Y lo quiso Juana, por su forma de bailar, lo quiso Dora por sus manos mágicas, lo quiso María por sus intensos ojos, lo quiso Violeta por su risa y su canción, pero Flora…Flora lo quiso desde siempre, desde antes, lo quiso por todo lo anterior y por todo lo demás, pero él se hizo el loco y no lo quiso aceptar.
El día que la conoció estaba en un pueblo de paso, porque andaba buscando un guerrero, que le había hecho una mala pasada mientras jugaban dominó, y desde que la vio, sin pensarlo dos veces, le ofreció una flor con la sonrisa en sus labios, y dibujo en sus ojos una mirada llena de peces y de ilusión. Se miraron desde lejos, constante y detalladamente, ella lo vio bailar, lo vio reírse, lo vio hacer magia mientras arreglaba con sus manos una silla y un tablón; y cuando ella pasó por el lado, en la feria de primavera, en medio de músicos, comida y celebración, a él se le cayó el cuaderno que llevaba en su caballo siempre cuidándolo como un tesoro, y ella muy cortés decidió recogerlo y entregárselo mirándose tan fijamente y sin distracción, que quedaron prendados para siempre, aún sin saberlo ninguno de los dos.
Pero al día siguiente, ya amanecía, y el caballero del cuaderno quiso buscar a Flora por todo el pueblo, con tan mala suerte que ella también andaba de paso y nunca más la vio.
Desde entonces se conforma con buscar en su cuaderno el recuerdo que ella dejó. Anotó su nombre una y otra vez, a ver si de pronto así lograba tenerla un poquito, un ratito, hasta que el cuaderno se acabó.
Y aún va de pueblo en pueblo con la esperanza de encontrarla y declararle su amor, y entonces nunca más fue libre, porque en cada nueva doncella trataba de encontrarla a ella, y Flora se quedó para siempre, en las hojas del cuaderno y también en su corazón.
Que bonita imaginación..
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